No todo lo que subo aquí se trata de mi.. no todo dice o cuenta algo de mi... quita tu cara de espanto, de susto, deja de persignarte... no todo habla de mi. soy coleccionista de frases, de cosas que me gustó leer... sólo es eso.
De nuevo esta oscura sensación de extrañeza que me atraviesa en oleada y me clava contra mí misma. Alrededor, todo se vacía. Todo lo que conozco toma el aspecto de lo desconocido. La extrañeza es eso, precisamente eso, a medio camino entre lo conocido y lo desconocido. La extrañeza no es provocada por lo que se desconoce, por lo absolutamente otro, por lo nuevo, no, sino por el hecho de que en lo conocido se inmiscuye un elemento ajeno que descompone el conjunto y lo ofrece como si fuese otro, pero sin serlo del todo porque aún es lo nuestro, aunque curiosamente transformado, curiosa y espantosamente desfigurado. Es así, queriendo recordar lo antiguo ahí donde, al parecer, nos es negado, queriendo afirmar la negación y no pudiéndonos impedir negar lo que afirmamos, es así como se instala la extrañeza, invadiendo el cuerpo como el vaho cuando asciende, de madrugada, llenando el valle y los cristales de las ventanas. La extrañeza es un vuelco en el que, de quedarnos, aprenderíamos a morir, de pie, estando vivos, pues todo alrededor se vuelve ajeno, el propio cuerpo incluso, la forma de las manos, la voz que nos oímos, y el cerco que se estrecha aprisionando qué, un algo de conciencia, una mirada vuelta hacia qué, una forma estirada, tenue, algo como un suspiro, algo inmóvil o mejor, inmovilizado, con ojos, sí, con ojos que no entienden, que no entienden entendiendo, sabiendo que no entienden, creyendo que deberían, y luego se dan cuenta de que entender era un error porque entender siempre es reconocer y esto es como repetir un sueño, pasar una y otra vez la misma imagen creyendo que se avanza, creyendo que todos juntos vamos avanzando cuando en realidad lo que hemos hecho ha sido detener la imagen, pasar una y otra vez la misma secuencia, y la llamamos cama, espejo, taza, y la llamamos yo, nosotros a la diez de la noche, y la llamamos trabajo, calle, vida, y luego advertimos que nuestra vida era una imagen, una de tantas imágenes retenidas creando la impostura, la ilusión del tiempo, hasta que todo se detiene en un instante, y sobreviene ese tiempo sin tiempo, ese aliento, ese vaho que acude como un mareo, y entonces nada es semejante a lo que era, todo bascula, y en ese ser, ese algo inmovilizado surge como una nostalgia de lo que hubiese sido de haber sido cierto todo aquello, y una gran soledad, la que siempre se encuentra en el inicio, cuando todo está, aún, por hacer.
Y es más extraña aún, la extrañeza, cuando se cuela en esos pocos, escasísimos momentos en los que, sin razón alguna, una se siente "bien". La joie de vivre que, como cantaba Barbara, nous prend par les reins, sobreviene sin razón, de la misma manera que sobreviene el mal de vivre, sin razón.
“Esto también pasará”, la frase de aquel sabio indio que he colocado a modo de saludo personal en mi teléfono móvil, ha de poder aplicarse a todo lo que agrada tanto como a lo que desagrada; ha de tenerse en cuenta en la felicidad tanto como en el dolor. Quien sabe aplicarla no se extraña, pues está a medio camino de ser quien es y de no serlo, a un tiempo sujeto y objeto de sí mismo y, en el intervalo, justo en medio, ahí donde se localiza el punto muerto, en aquel punto halla la sabiduría, la equidad de Confucio, la indiferencia del Buddha.
Creemos que la alegría de vivir, cuando ocurre, ocurre sin razón, mas no es cierto. Aunque no lo sepamos, algo, en alguno de los planos de esta nuestra extraña materia, lo sabe. Sabemos sin saber. No sabemos sabiendo. Nos damos cuenta de ese saber después, cuando la razón de ser aparece. Y ella también aparece después. El cuerpo la presentía, la conocía como conoce las intenciones ajenas cuando nos atañen, sin saber de ellas.
Chantal Maillard, Filosofía en los días críticos
Y es más extraña aún, la extrañeza, cuando se cuela en esos pocos, escasísimos momentos en los que, sin razón alguna, una se siente "bien". La joie de vivre que, como cantaba Barbara, nous prend par les reins, sobreviene sin razón, de la misma manera que sobreviene el mal de vivre, sin razón.
“Esto también pasará”, la frase de aquel sabio indio que he colocado a modo de saludo personal en mi teléfono móvil, ha de poder aplicarse a todo lo que agrada tanto como a lo que desagrada; ha de tenerse en cuenta en la felicidad tanto como en el dolor. Quien sabe aplicarla no se extraña, pues está a medio camino de ser quien es y de no serlo, a un tiempo sujeto y objeto de sí mismo y, en el intervalo, justo en medio, ahí donde se localiza el punto muerto, en aquel punto halla la sabiduría, la equidad de Confucio, la indiferencia del Buddha.
Creemos que la alegría de vivir, cuando ocurre, ocurre sin razón, mas no es cierto. Aunque no lo sepamos, algo, en alguno de los planos de esta nuestra extraña materia, lo sabe. Sabemos sin saber. No sabemos sabiendo. Nos damos cuenta de ese saber después, cuando la razón de ser aparece. Y ella también aparece después. El cuerpo la presentía, la conocía como conoce las intenciones ajenas cuando nos atañen, sin saber de ellas.
Chantal Maillard, Filosofía en los días críticos