Nunca digas lo que vas a hacer: hazlo.
Escucha a todo el mundo y luego calla.
No te quedes donde naciste: viaja,
viaja y viaja, y descubrirás tu rostro,
el verdadero, que es tuyo y de todos.
Convierte en ajeno lo que es de todos.
Huye de lo pomposo y de lo poco.
No sientas asco, no vuelvas el rostro.
Cuando te llegue la hora de amar, hazlo
como si hoy fuera ayer: el amor viaja
a la velocidad de la luz. Calla
tus deseos y sobre todo calla
si te aplauden o dan la razón todos.
Si es necesario, finge: sólo viaja
quien se acerca al canto aunque sea un poco,
como Ulises. Y si te toca odiar, hazlo
frente al espejo y el familiar rostro.
Estudia celosamente tu rostro,
tus sueños y tus miedos: lo que calla
en ti, eso mismo debe hablar; pero hazlo
de modo que te hable también de todos
los que no tuviste o tendrás, y poco
te importe ese vértigo en el que viajas.
No seas nunca el taimado que viaja
por encargo y regresa sin su rostro.
Domestica el hambre y verás qué poco
importuna, como el perro que acalla
un gesto de su amo. Deja que todos
hagan por hacer; tú, todo deshazlo.
Si te toca tomar partido, hazlo
sin vanidad o afán, como quien viaja
por un país conocido por todos;
pero borra una a una de tu rostro
las arrugas de lo superfluo. Calla,
y en silencio ve haciendo, poco a poco.
No te quejes del poco oficio y hazlo
tú mismo: observa, lee, calla, viaja,
búscate y piérdete en el rostro de todos.