“No se debería decir que el alma es
una ilusión, o un efecto ideológico. Porque existe, tiene una realidad, que
está producida permanentemente en torno, en la superficie y en el interior del
cuerpo por el funcionamiento de un poder que se ejerce sobre aquellos a quienes
se castiga, y, de una manera más general, sobre aquellos a quienes se vigila,
se educa y corrige, sobre los locos, los niños, los colegiales, los
colonizados, sobre aquellos a quienes se sujeta a un aparato de producción y se
controla a lo largo de toda su existencia. Realidad histórica de esa alma, que
a diferencia de la representada por la teología cristiana, no nace culpable y
castigable, sino que nace más bien de procedimientos de castigo, de vigilancia,
de pena y de coacción. Esta alma real e incorpórea no es en absoluta sustancia;
es el elemento en el que se articulan los efectos de determinado tipo de poder
y la referencia de un saber, el engranaje por el cual las relaciones de saber
dan lugar a un saber posible, y el saber prolonga y refuerza los efectos del
poder. Sobre esta realidad-referencia se han construido conceptos diversos y se
han delimitado campos de análisis: psique, subjetividad, personalidad,
conciencia, etc.; sobre ella se han edificado técnicas y discursos científicos;
a partir de ella se ha dado validez a las reivindicaciones morales del
humanismo. Pero no hay que engañarse: no se ha sustituido el alma, ilusión de
los teólogos, por un hombre real, objeto de saber, de reflexión filosófica o de
intervención técnica. El hombre del que se nos habla y que se nos invita a
liberar es ya en sí mismo el efecto de un sometimiento mucho más profundo que
él. Un alma lo habita y lo conduce a la existencia, que es una pieza en el
dominio que el poder ejerce sobre el cuerpo. El alma, efecto e instrumento de
una anatomía política; el alma, prisión del cuerpo.”
Fragmento de
"Vigilar y Castigar",
Michel Foucault.
"Vigilar y Castigar",
Michel Foucault.