Estoy en una habitación sin ventanas que se abran ni puertas que se cierren, algo que puede parecer un manicomio, pero que en realidad no es más que una habitación, la habitación en que una vez más me siento a escribirte, otra carta más, otra hoja de papel, sorda, muda y ciega. Cuando termine la tiraré al aire y por así decirlo desaparecerá, pero el aire no opinará lo mismo.
Estoy escuchando tus preguntas. La razón de que no las conteste es que de ninguna manera son preguntas. ¿Hay respuesta a una piedra o al sol? «¿Para qué es esto?», preguntas, a lo que sólo se puede contestar diciendo que no todos somos utilitarios. «¿Quién eres en realidad?» es la pregunta que hace el gusano de la manzana mientras la atraviesa. Un corazón roído puede ser el centro, pero, ¿es la realidad?
En cuanto a mí, tal vez no sea más que el espacio entre tu mano derecha y tu mano izquierda cuando colocas las manos en mis hombros. Mantengo tu mano derecha y tu mano izquierda separadas, a través de mí también se tocan. Se parece al silencio, que también es un sonido. Yo soy el tiempo que tardas en pensarlo. Entras en mi tiempo, sales de él, yo no puedo entrar ni salir, ¿por qué preguntarme? Tú sabes cómo es y yo no. Los espejos no sirven para nada.
Pregúntame en cambio quién eres tú: cuando entras en esta habitación por la puerta que no está, no es a mí a quien veo, sino a ti.
Margaret Atwood