Jean-Paul Sartre refiriéndose a Albert Camus
"Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos. La identidad no es una pieza de museo quietecita en la vitrina, sino siempre la asombrosa síntesis de las contradicciones nuestras de cada día" F.Savater
miércoles, 26 de diciembre de 2012
..................................................................
"Nos habíamos distanciado él y yo. Un distanciamiento no significa gran cosa, aunque resulte definitivo, a lo sumo una manera de convivir...Eso no me impedía pensar en él, sentir su mirada fija sobre la página del libro o del diario que leía y preguntarme: ¿Qué dirá él de esto? ¿Qué diría de esto ahora?"
Jean-Paul Sartre refiriéndose a Albert Camus
Jean-Paul Sartre refiriéndose a Albert Camus
domingo, 23 de diciembre de 2012
......................
ser serena
y objetiva
con los seres que no me interesan verdaderamente,
a cuyo amor o amistad no aspiro.
Soy entonces
calma,
cautelosa,
perfecta dueña de mí misma.
Pero con los poquísimos seres que me interesan… Allí está la cuestión absurda:
soy una convulsión.
De allí proviene mi imposibilidad absoluta para sustentar mi amistad con alguien mediante una comunicación profunda y armoniosa.
Tanto me doy,
me fatigo,
me arrastro
y me desgasto que no veo que instante de liberarme de esa prisión tan querida.
Y si no llega mi propio cansancio, llega el del otro,
hastiado ya de tanta exaltación
y presunta genialidad,
y se va en busca de alguien que es como soy yo con la gente que no me interesa.
Alejandra Pizarnik. (Diarios)
Alejandra Pizarnik. (Diarios)
sábado, 22 de diciembre de 2012
jueves, 20 de diciembre de 2012
............
"Cierto que soy una selva y una noche de oscuros árboles; pero el que no tema mi oscuridad encontrará bajo mis cipreses sendas de rosas. "
Friederich Nietzsche
Friederich Nietzsche
lunes, 10 de diciembre de 2012
Stephen King
“Las cosas más importantes son siempre las más difíciles de contar. Al formular de manera verbal algo que mentalmente nos parecía ilimitado, lo reducimos a tamaño natural. Todo aquello que consideramos más importante está siempre demasiado cerca de nuestros sentimientos y deseos más recónditos. Y a veces hacemos revelaciones de este tipo y nos encontramos con la mirada extrañada de gente que no entiende nada en absoluto de lo que hemos contado, ni por qué nos puede parecer tan importante. Creo que eso es precisamente lo peor, que el secreto lo siga siendo, no por falta de un narrador sino por falta de un oyente comprensivo.”
Stephen King
miércoles, 5 de diciembre de 2012
Aprendí ?... naaaaa. nunca se termina de aprender...
nostalgia....la parte más oscura del camino,
cuando la luz es un vuelo cegador
que no permite pasos firmes,
ni huellas hundidas para dar de beber
a la fiera que camina tras cualquier errante.
Aprendí:
la palabra es el suceso,
la circunferencia,
el átomo que respira tras la tinta en el papel.
Aprendí a creer no sólo en lo sensorial y evidente
la poesía es lo que está dentro del guante,
el pabilo sumergido
una y otra vez en la parafina
para luego abrirse en luz
en una casa de bajareque,
en pleno noviembre, en plena madrugada.
Aprendí a asumir
un tembloroso no en los dedos,
a entender lo lúcido del miedo
cuando la enfermedad llega a la cama de la madre.
Aprendí, que no he de aprender a decir adiós
y mucho menos
cuando se trata de esos huidizos poemas
que delibero y nunca he de escribir.
Aprendí a no llamarme poeta en el primer encuentro,
a ser atinada con los seres
que de antemano sospecho comenzaré a amar,
aunque no sepa hablar de amor
y tampoco quiera aprenderlo.
Aprendí que la intimidad no existe,
las ideas novedosas son el principio
o el final del diálogo entre los transeúntes
que rozan tu hombro en medio del camino.
No hay nada nuevo en este mundo
y eso debo aprenderlo
porque aunque sé,
que cada individuo es un evento irrepetible,
el ser es como una mancha en el techo
al que se le hallará todo tipo de formas.
Mayra Oyuela
cuando la luz es un vuelo cegador
que no permite pasos firmes,
ni huellas hundidas para dar de beber
a la fiera que camina tras cualquier errante.
Aprendí:
la palabra es el suceso,
la circunferencia,
el átomo que respira tras la tinta en el papel.
Aprendí a creer no sólo en lo sensorial y evidente
la poesía es lo que está dentro del guante,
el pabilo sumergido
una y otra vez en la parafina
para luego abrirse en luz
en una casa de bajareque,
en pleno noviembre, en plena madrugada.
Aprendí a asumir
un tembloroso no en los dedos,
a entender lo lúcido del miedo
cuando la enfermedad llega a la cama de la madre.
Aprendí, que no he de aprender a decir adiós
y mucho menos
cuando se trata de esos huidizos poemas
que delibero y nunca he de escribir.
Aprendí a no llamarme poeta en el primer encuentro,
a ser atinada con los seres
que de antemano sospecho comenzaré a amar,
aunque no sepa hablar de amor
y tampoco quiera aprenderlo.
Aprendí que la intimidad no existe,
las ideas novedosas son el principio
o el final del diálogo entre los transeúntes
que rozan tu hombro en medio del camino.
No hay nada nuevo en este mundo
y eso debo aprenderlo
porque aunque sé,
que cada individuo es un evento irrepetible,
el ser es como una mancha en el techo
al que se le hallará todo tipo de formas.
Mayra Oyuela
martes, 4 de diciembre de 2012
lunes, 26 de noviembre de 2012
............
La sinceridad es una efusión del corazón. Muy pocos la tienen; y la que ordinariamente vemos no es sino un refinado disimulo para ganar la confianza de los demás."
Duque François de La Rochefoucauld
viernes, 16 de noviembre de 2012
Alejandro Dolina
La teoría según la
cual todos los objetos del universo se influyen mutuamente, aun más allá de la
causalidad y el silogismo, ha sido sostenida por muchas civilizaciones.
Se sabe que la
visión de un meteorito asegura el cumplimiento de un anhelo. La incompetencia
de los emperadores chinos produce terremotos. El futuro imprime advertencias en
las entrañas de las aves.
La adecuada
pronunciación de una palabra puede destruir el mundo.
Yo, desde chico, he
participado —sin admitirlo— de estas convicciones. Con toda frecuencia, me
imponía sencillas maniobras y preveía unas módicas sanciones para el caso de su
incumplimiento. Antes de acostarme, cerraba las puertas de los roperos,
sabiendo que si no lo hacía debería soportar pesadillas. Bajaba de la cama con
el pie derecho. Evitaba pisar baldosas celestes. Al interrumpir la lectura,
cuidaba de hacerlo en una palabra terminada en ese.
Los castigos que
imaginaba eran al principio leves. Pero después empecé a jugar fuerte. Si me
cortaba las uñas por las noches, mi madre moriría; si hablaba con un japonés,
quedaría mudo; si no alcanzaba a tocar las ramas de algunos árboles, dejaría de
caminar para siempre.
Este repertorio
legislativo fue creciendo con el tiempo y al llegar mi adolescencia, mi vida
transcurría en medio de una intrincada red de obligaciones y prohibiciones, a
menudo contradictorias.
Todo se hizo más
simple —más dramático— cuando descubrí las carreras secretas.
Describiré sus
reglas. Se trata de elegir en la calle a una persona de caminar ágil y
proponerse alcanzarla antes de llegar a un punto establecido. Está
rigurosamente prohibido correr.
Antes del comienzo
de cada justa, se deciden las recompensas y penalidades: si llego a la esquina
antes que el pelado, aprobaré el examen de lingüística.
Durante largos años,
competí sin perder jamás. Me asistía una ventaja decisiva: mis adversarios no
estaban enterados de su participación y por lo tanto, casi no oponían
resistencia. Obtuve premios fabulosos. En Constitución, me aseguré de vivir más
de noventa años. En la calle Solís, garanticé la prosperidad de mis familiares
y amigos. En el subterráneo de Palermo, por escaso margen, logré que Dios
existiera.
Tantas victorias me
volvieron imprudente. Cada vez elegía rivales más difíciles de alcanzar. Cada
vez los castigos que me prometía eran más horrorosos.
Una tarde, al bajar
del tren en Retiro, puse mis ojos en un marinero que marchaba unos veinte pasos
delante de mí. Me hice el propósito de alcanzarlo antes de la puerta del andén.
Con el coraje y la
generosidad que suelen ser hijos del aburrimiento, resolví jugármelo todo. Una
vida feliz, si ganaba. Una existencia mezquina, si perdía. Y como una
compadreada final, me vacié los bolsillos: aposté el amor de la mujer deseada.
Apuré la marcha.
Poco a poco fui acortando las ventajas que el joven me llevaba. Las
dificultades comenzaron pronto: un familión me cerró el camino y perdí segundos
preciosos. Al borde del ridículo, ensayé el más veloz de los pasos gimnásticos.
El infierno me envió unos changadores en sentido contrario. Después tuve que
eludir a unas colegialas que se divertían empujándose. La carrera estaba
difícil, tuve miedo.
Ya cerca de la meta,
conseguí ponerme a la par del marinero.
Lo miré y descubrí
algo escalofriante: él también competía. Y no estaba dispuesto a dejarse
vencer. Había en sus ojos un desafío y una determinación que me llenaron de
espanto.
En los últimos
metros, perdimos toda compostura. Pedíamos permiso a los gritos, y sin el menor
pudor, empujábamos a cualquiera. Pensé en la mujer que amaba y estuve al borde
del sollozo. En el último instante, cuando ya parecía perdido, una reserva
misteriosa de fortaleza y valor me permitió cruzar la puerta con lo que yo creí
una ínfima ventaja.
Sentí alivio y
felicidad. Pensé que aquella misma noche mis sueños amorosos empezarían a
cumplirse. No pude reprimir un ademán de victoria. Alcé los brazos y miré al
cielo. Después, como en un gesto de cortesía, busqué al marinero. Lo que vi me
llenó de perplejidad. También él festejaba con unos saltitos ridículos. Por un
instante nos miramos y hubo entre nosotros un no expresado litigio.
Era evidente que
aquel hombre creía haberme ganado. Sin embargo, yo estaba seguro de haberle
sacado, al menos, una baldosa.
Entonces dudé.
¿Había calculado bien? ¿Cuál sería el procedimiento legal en esos casos? Desde
luego, no me atreví a consultarlo con el marinero. Me alejé confundido y pensé
que pronto conocería el veredicto. Una vida dichosa, un amor correspondido,
darían fe de mi triunfo. La suerte aciaga, el rechazo terco, me harían
comprender la derrota.
Pasaron los años y
nunca supe si en verdad gané aquella carrera. Muchas veces fui afortunado,
muchas otras conocí la desdicha.
La mujer de mis
sueños me aceptó y rechazó sucesivamente.
Todas las noches pienso en buscar a aquel marinero y preguntarle cómo lo
trata la suerte. Solamente él tiene la respuesta acerca de la exacta naturaleza
de mi destino. Quizá, en alguna parte, también él me esté buscando. Me niego a
considerar una posibilidad que algunos amigos me han señalado: la inoperancia
de los triunfos o derrotas obtenidos en carreras secretas
Puentes...
Yo era rígido y frío, yo estaba tendido sobre un precipicio; yo
era un puente. En un extremo estaban las puntas de los pies; al otro, las
manos, aferradas; en el cieno quebradizo clavé los dientes, afirmándome. Los
faldones de mi chaqueta flameaban a mis costados. En la profundidad rumoreaba
el helado arroyo de las truchas. Ningún turista se animaba hasta estas alturas
intransitables, el puente no figuraba aún en ningún mapa. Así yo yacía y
esperaba; debía esperar. Todo puente que se haya construido alguna vez, puede
dejar de ser puente sin derrumbarse.
Fue una vez hacia el atardecer -no sé si el primero y el milésimo-, mis pensamientos siempre estaban confusos, giraban siempre en redondo; hacia ese atardecer de verano; cuando el arroyo murmuraba oscuramente, escuché el paso de un hombre. A mí, a mí. Estírate puente, ponte en estado, viga sin barandales, sostén al que te ha sido confiado. Nivela imperceptiblemente la inseguridad de su paso; si se tambalea, date a conocer y, como un dios de la montaña, ponlo en tierra firme.
Llegó y me golpeteó con la punta metálica de su bastón, luego alzó con ella los faldones de mi casaca y los acomodó sobre mi. La punta del bastón hurgó entre mis cabellos enmarañados y la mantuvo un largo rato ahí, mientras miraba probablemente con ojos salvajes a su alrededor. Fue entonces -yo soñaba tras él sobre montañas y valles- que saltó, cayendo con ambos pies en mitad de mi cuerpo. Me estremecí en medio de un salvaje dolor, ignorante de lo que pasaba. ¿Quién era? ¿Un niño? ¿Un sueño? ¿Un salteador de caminos? ¿Un suicida? ¿Un tentador? ¿Un destructor? Me volví para poder verlo. ¡El puente se da vuelta! No había terminado de volverme, cuando ya me precipitaba, me precipitaba y ya estaba desgarrado y ensartado en los puntiagudos guijarros que siempre me habían mirado tan apaciblemente desde el agua veloz.
Fue una vez hacia el atardecer -no sé si el primero y el milésimo-, mis pensamientos siempre estaban confusos, giraban siempre en redondo; hacia ese atardecer de verano; cuando el arroyo murmuraba oscuramente, escuché el paso de un hombre. A mí, a mí. Estírate puente, ponte en estado, viga sin barandales, sostén al que te ha sido confiado. Nivela imperceptiblemente la inseguridad de su paso; si se tambalea, date a conocer y, como un dios de la montaña, ponlo en tierra firme.
Llegó y me golpeteó con la punta metálica de su bastón, luego alzó con ella los faldones de mi casaca y los acomodó sobre mi. La punta del bastón hurgó entre mis cabellos enmarañados y la mantuvo un largo rato ahí, mientras miraba probablemente con ojos salvajes a su alrededor. Fue entonces -yo soñaba tras él sobre montañas y valles- que saltó, cayendo con ambos pies en mitad de mi cuerpo. Me estremecí en medio de un salvaje dolor, ignorante de lo que pasaba. ¿Quién era? ¿Un niño? ¿Un sueño? ¿Un salteador de caminos? ¿Un suicida? ¿Un tentador? ¿Un destructor? Me volví para poder verlo. ¡El puente se da vuelta! No había terminado de volverme, cuando ya me precipitaba, me precipitaba y ya estaba desgarrado y ensartado en los puntiagudos guijarros que siempre me habían mirado tan apaciblemente desde el agua veloz.
FRANK KAFKA, EL PUENTE
Con esta mano...
Con esta mano, hecha de piel, de huesos, de repetidos naufragios,
de sospechas,
acaricié a un niño, corté unas flores, saludé, dije adiós.
Levanté ciudades de hierro, de cal, de pétalos, de humo,
y habité en ellas como se habita la sombra de una estrella:
con hierro, con cal, con pétalos, con humo.
Me cubrí del sol, de la lluvia, de los malos pensamientos, de la desidia,
e inventé la mañana, y cada mañana, el sol.
Recogí una piedra, le dije: tú eres mi reino, mi altar, mi zafiro;
contigo yo conversaré.
Pulsé la rama frágil de la belleza, que es verdad y sueño.
Crucé un río, avancé, me detuve, y estando colmado me sentí vacío,
y estando vacío sentí la plenitud del vacío: la copa llena.
Hice un pozo en la tierra: lo llené de imposibilidad.
Abrí cajones cubiertos de polvo, arrastré una valija, palpé en la oscuridad
una puerta que no estaba.
Dibujé una nube, la llamé: Ley, Oriente, Montaña.
Toqué un pez, toqué una rosa: eran iguales y distintos, en los dos cabía
un alma.
Me busqué en paraísos reales o soñados,
y cuando al fin me encontré, era yo el viajero y era yo el término del viaje.
Disparé un arma: la herida fue borrada por los años,
pero hay una herida que no se borró y canta muy alto en la noche.
Acaricié el lomo de un caballo, tapé el horizonte para que no hubiera
más distancia,
ni tempestad.
Y nunca dejó de ser mano: una parte de mí, la más débil,
capaz de esconder y de esconderse, de negar y de negarse;
la que habla aunque yo esté dormido,
la que nunca duerme y danza como Narciso.
Porque sus huellas están aquí y allá: en la silla, en la mesa,
en todas las puertas, en la hija donde escribo, en la piel que acaricio,
en la claridad, en la oscuridad.
Y no hay agua que borre tantas huellas,
ni noche, ni tempestad.
Oh Dios, que haya un cielo para esta mano.
Hice innumerables viajes,
ninguno tan abrupto y largo, tan intenso,
como el que inicié con ella
quemando ramitas en el bosque.
Con esta mano, lo único que tengo.
Rafael Oteriño
No sé si es cierto, pero lo supongo... oh si.... no supongas...
Nos internamos en el cosmos preparados para todo, es decir, para
la soledad, la lucha, la fatiga y la muerte. Evitamos decirlo, por pudor, pero
en algunos momentos pensamos muy bien de nosotros mismos. Y sin embargo, bien
mirado, nuestro fervor es puro camelo. No queremos conquistar el cosmos, sólo
queremos extender la tierra hasta los lindes del cosmos. Para nosotros, tal
planeta es árido como el Sáhara, tal otro glacial como el Polo Norte, un
tercero lujurioso como la Amazonia. Somos humanitarios y caballerescos, no
queremos someter a otras razas, queremos simplemente transmitirles nuestros
valores y apoderarnos en cambio de un patrimonio ajeno.
Nos consideramos los caballeros del Santo-Contacto. Es una
mentira. No tenemos necesidad de otros mundos. Lo que necesitamos son espejos.
No sabemos qué hacer con otros mundos. Un solo mundo, nuestro mundo, nos basta,
pero no nos gusta cómo es. Buscamos una imagen ideal de nuestro propio mundo;
partimos en busca de un planeta, de una civilización superior a la nuestra,
pero desarrollada de acuerdo con un prototipo: nuestro pasado primitivo.
Por otra parte, hay en nosotros algo que rechazamos; nos
defendemos contra eso, y sin embargo subsiste, pues no dejamos la Tierra en un
estado de prístina inocencia, no es sólo una estatua del Hombre-Héroe la que
parte en vuelo. Nos posamos aquí tal como somos en realidad, y cuando la página
se vuelve y nos revela otra realidad, esa parte que preferimos pasar en
silencio, ya no estamos de acuerdo.
Solaris
Stanislav Lem
jueves, 15 de noviembre de 2012
Una ola...
Las sorpresas que la historia nos tiene preparadas
No son nada comparadas con el golpe que nos damos
Cada uno de nosotros mismos, aunque el tiempo
Todavía lleva puestos los colores de la mezquindad
Y de la melancolía,
Y la vida en general nos sigue yendo Demasiadas tallas grande, pero mantiene su estilo
Hilado de cosas que nunca acontecieron.
Una ola (2003), de John Ashbery
miércoles, 31 de octubre de 2012
No tengo ganas de dormir... pero debo...
BORGES Y YO
Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Seria exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro.
Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.
No sé cuál de los dos escribe esta página.
El hacedor, Jorge Luis Borges
sábado, 27 de octubre de 2012
Gracias...
A los bloguer@s por los mensajes recibidos en mi correo....GRACIAS...
Si los leo
si los veo
si los sigo
Gracias por seguir este espacio en el que nada es mío, pero al mismo tiempo todo lo es. Un texto entero, un fragmento, en ocasiones una sola palabra es suficiente para que me haga adueñarme de lo que leo. No todo habla de mi, pero no significa que no mueva alguna fibra.
Gracias por escribir durante el pequeño paréntesis. no me morí ni nada parecido. simplemente un pequeño y necesario receso. Me apena no responderles. mis razones tengo. y esto es solo para agradecer y disculparme si la señal es la de una persona insensible e irrespetuosa. que siiiiii también lo soy. pero no con todo. ja!.
Gracias. y gracias por entender....
cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia... o incidencia... o reincidencia....
ASCENDENTE LIBRA
Conoceréis el amor y entonces
pensaréis en la muerte;
reconoceréis la belleza y entonces pensaréis
en la maldición del paso del tiempo.
Leeréis un verso y recordaréis
que la fruta se pudre,
que la violencia impera;
veréis una joven hermosa
y pensaréis en huesos y en polvo.
Conoceréis la paz y oiréis el eco del grito;
os llevarán al mar y os asombrará
la certeza del llano
que es devastado por el fuego.
Conoceréis el deseo y entonces
temeréis el fin de la tierra.
Pero, otras veces,
conoceréis la muerte y pensaréis en el amor,
reconoceréis la maldición del paso del tiempo
y os haréis súbditos incorruptibles
de la belleza.
viernes, 26 de octubre de 2012
Perdón por no saber quien lo dijo!!! PERDÓN... pero me encantó. TODO. todo en grande!
Habrá que encontrar un lugar para esconderse,
o habrá que entrometerse un poco más..
Habrá que desempolvar el disfraz de valiente,
y salir a tropezar..
Habrá que hacer lugar en los cajones, o habremos de salir a descartar..
Cualquier idea nueva te descuelga en una tarde,
que esperamos probar..
Habrá que alborotar el avispero para hacer más placentero,
soportar este aguijón,
o habrá que encomendarnos a esa nada,
que dejamos maniatada cuando todo nos salió..
Habrá que barajar y dar devuelta,
sin esperar que nos venga un puto as..
Habrá que apagar otro cigarrillo y aguantar para contar..
Habrá que ver porqué estoy tan cansado,
habrá que hay mucha sopa por tomar..
Habrá que serte infiel con la consciencia amada noche,
habrá que descansar..
Habrá que sondear muchos agujeros,
habrá que ya sabemos, no hay persona que sea igual..
Habrá que acabar este polvo eterno,
y bancar que la semilla se haga planta de verdad..
Habrá que escudriñar en las vidrieras,
para ver si hay una oferta que podamos regatear..
Habrá que tengo un techo con goteras,
y lo tengo que arreglar
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
-
" Cargados con experiencia de vida, memorias de trabajo, buenos tiempos y pesares, cada uno con su carga especial; y es nuestro común d...
-
Detesto al lector que ha pagado por su libro, al espectador que ha comprado su butaca, y que a partir de allí aprovecha el blando almohadón ...