Nos internamos en el cosmos preparados para todo, es decir, para
la soledad, la lucha, la fatiga y la muerte. Evitamos decirlo, por pudor, pero
en algunos momentos pensamos muy bien de nosotros mismos. Y sin embargo, bien
mirado, nuestro fervor es puro camelo. No queremos conquistar el cosmos, sólo
queremos extender la tierra hasta los lindes del cosmos. Para nosotros, tal
planeta es árido como el Sáhara, tal otro glacial como el Polo Norte, un
tercero lujurioso como la Amazonia. Somos humanitarios y caballerescos, no
queremos someter a otras razas, queremos simplemente transmitirles nuestros
valores y apoderarnos en cambio de un patrimonio ajeno.
Nos consideramos los caballeros del Santo-Contacto. Es una
mentira. No tenemos necesidad de otros mundos. Lo que necesitamos son espejos.
No sabemos qué hacer con otros mundos. Un solo mundo, nuestro mundo, nos basta,
pero no nos gusta cómo es. Buscamos una imagen ideal de nuestro propio mundo;
partimos en busca de un planeta, de una civilización superior a la nuestra,
pero desarrollada de acuerdo con un prototipo: nuestro pasado primitivo.
Por otra parte, hay en nosotros algo que rechazamos; nos
defendemos contra eso, y sin embargo subsiste, pues no dejamos la Tierra en un
estado de prístina inocencia, no es sólo una estatua del Hombre-Héroe la que
parte en vuelo. Nos posamos aquí tal como somos en realidad, y cuando la página
se vuelve y nos revela otra realidad, esa parte que preferimos pasar en
silencio, ya no estamos de acuerdo.
Solaris
Stanislav Lem