nostalgia....la parte más oscura del camino,
cuando la luz es un vuelo cegador
que no permite pasos firmes,
ni huellas hundidas para dar de beber
a la fiera que camina tras cualquier errante.
Aprendí:
la palabra es el suceso,
la circunferencia,
el átomo que respira tras la tinta en el papel.
Aprendí a creer no sólo en lo sensorial y evidente
la poesía es lo que está dentro del guante,
el pabilo sumergido
una y otra vez en la parafina
para luego abrirse en luz
en una casa de bajareque,
en pleno noviembre, en plena madrugada.
Aprendí a asumir
un tembloroso no en los dedos,
a entender lo lúcido del miedo
cuando la enfermedad llega a la cama de la madre.
Aprendí, que no he de aprender a decir adiós
y mucho menos
cuando se trata de esos huidizos poemas
que delibero y nunca he de escribir.
Aprendí a no llamarme poeta en el primer encuentro,
a ser atinada con los seres
que de antemano sospecho comenzaré a amar,
aunque no sepa hablar de amor
y tampoco quiera aprenderlo.
Aprendí que la intimidad no existe,
las ideas novedosas son el principio
o el final del diálogo entre los transeúntes
que rozan tu hombro en medio del camino.
No hay nada nuevo en este mundo
y eso debo aprenderlo
porque aunque sé,
que cada individuo es un evento irrepetible,
el ser es como una mancha en el techo
al que se le hallará todo tipo de formas.
Mayra Oyuela
cuando la luz es un vuelo cegador
que no permite pasos firmes,
ni huellas hundidas para dar de beber
a la fiera que camina tras cualquier errante.
Aprendí:
la palabra es el suceso,
la circunferencia,
el átomo que respira tras la tinta en el papel.
Aprendí a creer no sólo en lo sensorial y evidente
la poesía es lo que está dentro del guante,
el pabilo sumergido
una y otra vez en la parafina
para luego abrirse en luz
en una casa de bajareque,
en pleno noviembre, en plena madrugada.
Aprendí a asumir
un tembloroso no en los dedos,
a entender lo lúcido del miedo
cuando la enfermedad llega a la cama de la madre.
Aprendí, que no he de aprender a decir adiós
y mucho menos
cuando se trata de esos huidizos poemas
que delibero y nunca he de escribir.
Aprendí a no llamarme poeta en el primer encuentro,
a ser atinada con los seres
que de antemano sospecho comenzaré a amar,
aunque no sepa hablar de amor
y tampoco quiera aprenderlo.
Aprendí que la intimidad no existe,
las ideas novedosas son el principio
o el final del diálogo entre los transeúntes
que rozan tu hombro en medio del camino.
No hay nada nuevo en este mundo
y eso debo aprenderlo
porque aunque sé,
que cada individuo es un evento irrepetible,
el ser es como una mancha en el techo
al que se le hallará todo tipo de formas.
Mayra Oyuela