Esta tarde, cuando venía de la oficina,
un borracho me detuvo en la calle. No protestó contra el gobierno, ni dijo que
él y yo éramos hermanos, ni tocó ninguno de los temas de la beodez universal.
Era un borracho extraño, con una luz especial en los ojos. Me tomó de un brazo
y dijo, casi apoyándose en mí: ¿Sabes lo que te pasa? Qué no vas a ninguna
parte. Otro tipo que pasó me miró con una alegre dosis de comprensión y hasta
me consagró un guiño de solidaridad. Pero ya hace cuatro horas que estoy
intranquilo, como si realmente no fuera a ninguna parte y solo ahora me hubiera
enterado.
LA TREGUA- Mario Benedetti