“Siempre que llegas a una encrucijada
en el camino se te destroza el organismo, porque tu cuerpo siempre ha sabido lo
que tu intelecto desconocía, y sea cual sea la forma que elija para
descomponerse, con mononucleosis, gastritis o ataques de pánico, tu cuerpo
siempre es la zona más afectada por tus miedos y batallas interiores, y acusa
los golpes que tu mente no puede o no quiere encajar” (p. 74).
“Tus pies descalzos en el suelo frío
cuando te levantas de la cama y vas a la ventana. Tienes sesenta y cuatro años.
Afuera, la atmósfera es gris, casi blanca, no se ve el sol. Te preguntas:
¿Cuántas mañanas quedan? Se ha cerrado una puerta. Otra se ha abierto. Has
entrado en el invierno de tu vida” (p. 236).
PAUL AUSTER… Diario de invierno