sábado, 11 de julio de 2009


PERO HAY QUE SABER ELEGIR

¿Cuántas veces hemos confundido la bravura con las ganas de morir?La histeria no es la historia ni un revolucionario es un enamorado de la muerte.La muerte, que un par de veces me tomó y me soltó, a menudo me llama todavía y yo la mando a la puta madre que la parió.

GUERRA DE LA CALLE, GUERRA DEL ALMA

¿Seremos capaces de aprender la humildad y la paciencia?Yo soy el mundo, pero muy chiquito. El tiempo de un hombre no es el tiempo de la historia, aunque a uno, hay que reconocer, le gustaría.

GUERRA DE LA CALLE, GUERRA DEL ALMAEscribir, ¿tiene sentido? La pregunta me pesa en la mano.Se organizan aduanas de palabras, quemaderos de palabras, cementerios de palabras. Para que nos resignemos a vivir una vida que no es la nuestra, se nos obliga a aceptar como nuestra una memoria ajena. Realidad enmascarada, historia contada por los vencedores: quizás escribir no sea más que una tentativa de poner a salvo, en el tiempo de la infamia, las voces que darán testimonio de que aquí estuvimos y así fuimos. Un modo de guardar para los que no conocemos todavía, como quería Espriu, "el nombre de cada cosa". Quien no sabe de dónde viene, ¿cómo puede averiguar adonde va?

GUERRA DE LA CALLE, GUERRA DEL ALMA

Persigo a la voz enemiga que me ha dictado la orden de estar triste. A veces, se me da por sentir que la alegría es un delito de alta traición, y que soy culpable del privilegio de seguir vivo y libre.Entonces me hace bien recordar lo que dijo el cacique Huillca, en el Perú, hablando ante las ruinas: "Aquí llegaron. Rompieron hasta las piedras. Querían hacernos desaparecer. Pero no lo han conseguido, porque estamos vivos y eso es lo principal". Y pienso que Huillca tenía razón. Estar vivos: una pequeña victoria. Estar vivos, o sea: capaces de alegría, a pesar de los adioses y los crímenes, para que el destierro sea el testimonio de otro país posible.A la patria, tarea por hacer, no vamos a levantarla con ladrillos de mierda. ¿Serviríamos para algo, a la hora del regreso, si volviéramos rotos?Requiere más coraje la alegría que la pena. A la pena, al fin y al cabo, estamos acostumbrados.

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