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Si pienso en la condesa hoy en día me doy cuenta de que poseía una especie de
encanto, pero bastaba charlar con ella para que se desvaneciera, y no era en
absoluto consciente de ello. Era una de esas personas que tienen
una pequeña lámpara mágica cuya luz, sin embargo, nunca conocerán. Y
cuando las conocemos, cuando charlamos con ellas, nos hacemos como ellas,
ya no vemos la misteriosa luz, el pequeño encanto, el pequeño color, y
pierden toda poesía; hay que dejar de conocerlas, volver a verlas de golpe en
el pasado, como cuando no las conocíamos, para que la pequeña luz vuelva a
encenderse, para que se produzca la sensación de poesía. Parece que sucede así
con los objetos, los lugares, las penas, los amores. Quienes los poseen no
perciben su poesía. Ésta sólo brilla a los lejos. Eso es lo que hace la
vida tan decepcionante para los que poseen la facultad de ver la pequeña luz
poética. Si pensamos en las personas que hemos querido conocer, tenemos
que reconocer forzosamente que entonces existía algo desconocido y
hermoso que hemos tratado de conocer y que en ese instante ha desaparecido…
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Marcel Proust